domingo, septiembre 24, 2006

Ojos Negros

Bar de copas. Media luz, música atronadora y los efluvios del alcohol nublando mi raciocinio. Gente bailando, moviéndose a mi alrededor. Parejas acariciándose, besándose a mi lado, sin importarles nada.

Nadie me mira, nadie se extraña de que yo esté allí. Absoluto anonimato en medio de una multitud. La conocida sensación de soledad llega, ya tardaba mucho. Me hace sentirme fuerte, poderoso. El sentimiento de soledad entre la multitud es tan intenso que noto el poder crecer dentro de mi. Mi alma se vuelve acero; mi voluntad, inquebrantable.

Ahora podría asesinar a esta gente. Sería tan fácil, morirían con suma facilidad forjando una obra de arte póstuma. Un único momento de agonía a cambio de crear un monumento de incuestionable belleza. Pero arruinaría mi poder. Son ellos los que con su indiferencia hacen crecer el poder que me avasalla. Si ellos murieran, mi poder se desvanecería.

Salgo a la calle, la música calla y los oídos pitan. Apenas puedo oir el jolgorio típico de una noche de marcha. Ando entre toda la gente, sabiendo que se apartarán a mi paso, que nadie osará desafiarme, porque saben que ahora soy indestructible.

Me encuentro con unos preciosos ojos negros, que enmarcados en una cara armoniosa me contemplan desde un portal. Me prestan atención, me miran con deseo. Durante tres interminables segundos, la intensidad de las emociones que reflejan esos enormes ojos negros es más fuerte que las palabras, que sólo destruyen las emociones al tratar de aprehenderlas. Esos ojos me cuentan historias de amor, de pasión, de lujuria. Me prometen dulzura para curar mis heridas. Llenan mi soledad, mi anonimato desaparece, drenan mi poder, rompen mi alma y destruyen mi confianza.

Un choque con una persona me obliga a romper esa íntima comunicación. Debo apartar la mirada y prestar atención a lo que me rodea. Balbuceo una torpe excusa. Busco con la mirada, pero los ojos negros han desparecido. Camino por un lado de la calle hasta que salgo de la zona de marcha y me quedo solo en la oscuridad de la noche. Soy vulnerable y débil: un idiota gimoteante. De mi fortaleza ya no queda ni rastro.

Esos ojos me acompañan esta noche e inspiran estas palabras, pero no calientan mi lecho ni curan mi alma. Unos ojos dicen muchas cosas, pero no tienen tanto poder. Por muy bonitos que sean.

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