martes, julio 12, 2005

Revelación

Hoy he tenido una revelación. Me sobrevino en el coche, mientras volvía cansadísimo de mi trabajo hacia mi casa, con el aire acondicionado a tope y una canción popera japonesa en el CD (para relajar).

Hoy he sabido lo que a mí se me daría verdaderamente bien. Y he tenido miedo. Un escalofrío ha recorrido mi espalda, porque para lo que yo he nacido es para ser político. No, no es coña. Un político es un tipo que sabe hablar bien, convencer a la gente y guiar a una panda de borregos hacia dónde a él le de la gana. Es el maestro de las alianzas, del pisacabezas, del amiguismo, del fingir que es competente. Todas estas ¿habilidades? las tengo. Se me dan extraodinariamente bien.

Después me he puesto a pensar en el trabajo que realiza un político. Realmente no trabaja en nada, pero siempre da la impresión de estar muy ocupado. No entiende en profundidad de nada, pero escucha, tiene sabios que le aconsejan, y tiene funcionarios que le hacen el trabajo pesado y repetitivo. Sólo decide mientras se embolsa dinero. No está nada mal. Es lo que ando buscando.

Afortunadamente, cuando ya creía que iba a tener que parar el coche y salir al tórrido calor de las tres de la tarde en julio a vomitar, me ha venido a la mente otra revelación: me falta un detalle, un ínfimo detalle que me distingue de ellos. La diplomacia. Un buen diplomático es capaz de mandarte a la mierda y que le preguntes cuándo empiezas a hacer las maletas. Afortunadamente, tengo la lengua demasiado larga.

Ufff -me he dicho, lleno de regocijo- no seré político. Al instante otra nube negra se ha cernido sobre mi. No, no seré político, pero... ¿qué seré?

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