jueves, agosto 03, 2006

Generación X

Esta nuestra generación (o sea, la mía: del 75 al 85, más o menos) se califica de egoísta, hedonista, descreida y nada sufrida. La verdad es que tienen razón. No hemos sufrido una guerra, ni una dictadura. Las elecciones y la democracia han estado ahí desde que aprendimos a decir política (aciago día) y seguían estando y manteniéndose cuando empezamos a votar, tan felices, tan niños con nuestra primera papeletita en la mano, creyendo que contribuíamos a mejorar el país. Pasados algunos años (y esto ya depende de cada cual), aprendimos lo que significaba el palabro que aprendimos a decir tan jovencitos, y que soltábamos alegremente.

En nuestra gran mayoría hemos crecido en hogares con padres buenos, amables y preocupados por que la educación de sus hijos fuera la mejor posible. Todavía nos prohibían ver determinado tipo de televisión y teníamos que salir de nuestra habitación para verla. Una consola era algo que siempre tenía tu vecino, pero nunca tu, con lo que tenías que luchar con manos y dientes con otros niños ansiosos (hay algún animal más agresivo que un niño ansioso) para dejarte los ojos mirando un grupo de píxeles grandes como baldosas que se movían sobre un fondo inalterable. Había que desarrollar mucho la imaginación para llamar a eso videojuego, o incluso mundo.

Y nunca tuvimos que luchar por lo que se nos daba. Una buena educación, profesores que tenían potestad para castigarte y cuyas decisiones nuestros padres respetaban, considerándole un docente válido, aunque nos hubiera dado una torta. Generalmente nos la habíamos merecido, pero de eso, como de casi todo en la vida, nos dábamos cuenta más tarde. Nuestros padres estaban encantados con nosotros, y nos protegieron de todas las privaciones y pesares que ellos sufrieron, en una encomiable tarea de hacernos una infancia tranquila y sin traumas.

Siempre confiaron en nosotros y nos apoyaron en las decisiones tomadas al llegar a la edad en la que uno empieza a tomar decisiones (en algunos casos 18, en otros a los 65, depende de la persona). Nos animaron convencidos de que éramos capaces de tenerlo todo, de ser llegar a ser ricos y de tener la vida con la que nos bombardeaban los anuncios. Era tan fácil triunfar en un mundo lleno de posibilidades para todos: donde la oportunidad estaba ahí y sólo tenías que cogerla.

Incluso el gobierno se contagió de este clima, creando un sistema educativo igualitario, donde todo el mundo debía tener las mismas posibilidades de acceso a la universidad. Y después, el señor universitario se pasearía por el mundo laboral plagado de empresas que solicitarían sus servicios, pagándolos a precio de oro y conciliando sin poner pegas la vida laboral y familiar.

Todo era tan bonito, tan perfecto... Lástima que al crecer nos hayamos dado cuenta de que todo eso era un bulo, que no tenían razón. Que las personas no somos iguales unos a otros, que tenemos distintas capacidades, que hay gente lista y hay gente tonta, que hay gente vaga y hay gente trabajadora, que hay gente conformada y hay gente ambiciosa, que hay gente alegre y hay gente depresiva... Que somos todos tan distintos que un sistema educativo y social igualitario es discriminatorio.

Todo era tan bonito, tan perfecto... pero ahora tenemos ingenieros informáticos quejándose de tener que trabajar de picateclas por un sueldo exiguo, dándose cuenta de que nadie les saluda levantándose el sombrero y pronunciando un "Buenos días, señor Peláez", acompañando el gesto con una cortés inclinación de cabeza. Y se dan cuenta de que en ese mundo ideal que nuestros padres nos pintaron no existían los picateclas. Ni los pizzeros, ni los encofradores, ni los asfaltadores de carreteras, ni los fontaneros, ni los verduleros.

Es ahora cuando nos hemos dado cuenta de que todo lo que nos contaron era mentira. No somos los más listos de la clase. Sólo somos picateclas. La historia de nuestros padres se repite.

Gracias, Chuck

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