viernes, septiembre 15, 2006

Seductor Nato

No soy yo una persona dada a alardear de ligues: me parece una zafiedad y una falta de respeto por la otra persona (dado que un ligue suele ser cosa de dos). No es caballeroso. Pero sí que soy una persona a la que le gusta hablar de sí misma. Y dado que este es mi blog y que lo uso para reflexiones personales, escribiré sobre un tema que llevo varios días pensando, pero que me resistía a escribir por miedo a quedar como un rufián creído y zafio.

Al final, es más grande la necesidad que tengo de escribirlo que la vergüenza del qué dirán así que aquí lo tienen, no sin antes leer esta nota a modo de disclaimer: no mido mi éxito (ni el personal ni el profesional) basándome en el número de conquistas que logro, aborrezco y desprecio a la gente que lo hace, y este post no trata de señoritas que caen en mis brazos. Intento enunciar la duda que me atormenta desde una posición objetiva y neutra.

El caso es que las señoritas se me dan muy bien. Demasiado bien. Tan bien que, en ocasiones, me llego a asombrar. Descubrí, gracias al Sentido de la Vida, el maravilloso ensayo Cómo ser un sinvergüenza con las señoras, que al parecer lleva circulando por Internet desde la época de las BBS. Es soberbio, una deliciosa guía de la psique femenina. Todo lo que dice son verdades fruto de la experiencia.

Y mi quebradero de cabeza viene porque muchas de esas cosas yo ya las sabía y las aplicaba, pese a no considerarme a mi mismo un sinvergüenza. El ensayo está ilustrado con ejemplos muy explícitos que aplican de manera práctica la teoría que se expone. Y yo he practicado la mayoría de ellos, pero sin darme cuenta. Me veo reflejado ante la mayoría de ejemplos en las formas, pero no en el fondo.

Yo no tengo una estrategia para dirigirme a las señoritas, no pienso en calzarme a esta o a otra (un caballero, ante todo), pero luego esas técnicas de las que habla para conquistar, simplemente me salen. Hace dos días sin ir más lejos, una señorita que se había unido hace poco tiempo a mi grupo de amistades, me pidió que nos viéramos a solas. Que una señorita se atreva a pedir directamente algo así deja descolocado, sobre todo porque, aunque yo consideraba que simplemente nos habíamos tratado como amigos, ella consideraba que yo la había seducido. Jamás fue mi intención, pues la señorita no era lo que se dice de mi agrado: vive con sus padres, es virgen, tiene fuertes sentimientos religiosos, muchísimos hermanos y hora de vuelta a casa. Aún con esos antecedentes, la seduje.

Dejando aparte las diferencias, lo cierto es que no es la primera (y espero que tampoco la última) con la que empleo técnicas de seducción sin enterarme de que las estoy empleando.

En el interesante texto sobre los sinvergüenzas, postula que existe una clase de hombre que no necesita ser un sinvergüenza: el seductor nato. Tengo la lengua afilada, una amplia cultura y bastante buen ver (esto último es opinión de mi madre) ¿Seré un seductor nato? ¿O será simplemente una impresión causada por mi profundo desconocimiento de cómo vive la gente de mi edad? Sea una cosa u otra, no me voy a quejar.

Y si estoy contento, ¿por qué me causa entonces quebraderos de cabeza? Porque el niño solitario y despreciado del instituto sigue dentro de mi. ¿Por qué antes me despreciaban y ahora babean? No creo haber cambiado tanto. Quizás haya sido el mundo, que ha cambiado a mi alrededor. Después de largos años sufriendo la más fría indiferencia, me cuesta entender todas las atenciones que se me dispensan. Quizás un pequeño cambio (pérdida total de vergüenza) haya significado la diferencia.

Quizás sí que soy un sinvergüenza.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Pues aproveche, caballero, no vaya a ser que vuelvan las vacas flacas.

Y enhorabuena.

Zhalim dijo...

Se aprovecha, pianista, se aprovecha.

Muchas gracias por su visita y por su enhorabuena.