viernes, octubre 21, 2005

Otoño

El viento perpetuo de la Ciudad del Viento donde vivo sopla esta vez calmado y suave. Lo justo para jugar con el largo y save pelo de algunas chicas que andan por la calle. La temperatura baja, y los niños comienzan a encorrer a las palomas con sus pequeños abrigos. Algunos ya llevan bufanda.

Oigo el crujir de las ramas de los árboles, encubierto por el susurro que las hojas, ya rígidas y muertas, emiten al rozar las unas contra las otras. Una cae al suelo, delante mio, justo ante mis pies y me quedo mirando como el viento, mi querido viento, la hace jugar, ya libre de las trabas que le impedían vivir en libertad. Se levanta, gira y vuelve a caer en una hipnotizante danza en la que el coro es bailado por pequeños papeles y algo de polvo, todos bailando al compás de una música que sólo ellos son capaces de oir.

Y mientras lo veo, mi mente vuela, feliz de estar recuperando todo lo que me fue arrebatado cuando decidí socializarme. Cuando decidí darle una oportunidad al mundo. Cuando empecé a vivir en ese extraño y gris mundo conocido vulgarmente como realidad. Fueron años duros, pero aprendí. Sin lugar a dudas aprendí y maduré.

Ahora vuelvo a ser el mismo. Ya he aprendido las claves que necesitaba del mundo materialista que me rodea, y he conseguido echar otra vez a volar. Pero esta vez ya tengo una dirección.

Un pájaro, quizás un gorrión, se posa junto a la hoja, que ya apenas se mueve: el viento ha cesado. El pájarito, pequeño, marrón, me mira. Su cara expresa confianza. Confianza en sí mismo. Es un desafío. Yo, grande y amenazante; él, pequeñito y desvalido. Sabe que no puedo alcanzarle e incluso, en un gesto de verdadero desprecio deja de prestarme atención para dedicarse a picotear un poco del polvo que produce la ciudad, firmando así un pacto tácito de no agresión. Yo no me meto en su espacio, el no se mete en el mío.

El polvo de la ciudad es distinto al polvo del campo. El polvo del campo esta limpio. Me pregunto qué demonios estará picando el pajarito con tanto interés. A mi sólo me parece polvo. Trato de acercarme, sigilosamente, para ver mejor. Es inútil. El pajarito sale volando con gran premura, y se posa en una de las ramas bajas del árbol, desde donde de nuevo me mira. Esta vez su gesto es de ofensa. He roto el pacto. Me da mucha pena, él se fió de mí, y ahora sabe que no puede volver a fiarse jamás de un ser humano. Los pájaros respetan los pactos. Los consideran sagrados. Los humanos no.

Me mira desde la rama, fuera de mi alcance. Y le miro desde el suelo, donde por un capricho de la naturaleza estoy anclado. Me reprocha con su mirada una úlltima vez y sale volando hacia el cielo, con su característico frenético aleteo.

El viento, mi querido viento, vuelve a soplar. Una hoja cae del árbol frente a mis pies, y me doy cuenta de que la gente me ve como a un extraño, intentando enterarse de lo que yo miro con tanta atención. Sigo el ejemplo del pajarito, y me marcho.

Yo tampoco me fío de los humanos. Ni siquiera he intentado establecer un pacto. Nunca lo entenderían. Me llamarían friki.

No hay comentarios: